IBN BATTUTA, EL MAYOR VIAJERO DE LA EDAD MEDIA
Hace muchos años, había un hombre cuyo deseo de explorar
tierras lejanas lo convirtió en uno de los más grandes viajeros que jamás haya
existido y del que posiblemente pocos y poco conocemos.
Su nombre no suena tan familiar pero recorrió tres veces más
distancia que Marco Polo, el veneciano que viajó por el Imperio mongol a
finales del siglo XIII, y muchos más kilómetros también que otros grandes
viajeros medievales.
Ibn Battuta recorrió más
de 120.000 kilómetros durante 30 años, por
lo que es África del Norte, Europa del Este, Medio Oriente, Asia Central, India y China.
Ibn Battuta, cuyo nombre es Abu Abdallah Muhammad Ibn Abdallah
Al-lawati at-Tanji Ibn Battuta, nació en 1304 en Tánger, Marruecos. Pertenecía a una familia de Qadis (jueces) y
recibió una educación en derecho islámico. Desde muy joven era un gran lector, especialmente
de obras relacionadas con la geografía y con todo tipo de libros de viajes.
Ayudado por la buena posición económica de su familia, con 21 años de edad, comenzó su periplo viajero. El 13 de
junio del año 1325, cuando partió en dirección a la ciudad santa La Meca con el
designio de cumplir con la peregrinación preceptiva.
Tras visitar El Cairo y recorrer el Nilo aguas arriba,
atravesó la península del Sinaí camino de Palestina y Siria, hasta llegar por
primera vez a La Meca en septiembre de 1326.
Después de llegar a La Meca y cruzarse con un grupo de
peregrinos venidos de Persia que se dirigían a sus hogares, se unió a ellos y recorrió parte de los
actuales Irak e Irán. Un año más tarde, en 1327, arribaba a Bagdad. A Battuta, Bagdad le impresionó. La describió
de forma poética en sus relatos como una ciudad arrasada por el azote mongol:
“Nada le queda de la gloria pasada, salvo su nombre...”. En Bagdad conoció al
joven Abu Said Bahadur, gobernante del janato persa. Se ganó su simpatía y
durante algún tiempo viajó con la caravana real, aunque luego la abandonó para
emprender parte de la ruta de la seda. Le movía la curiosidad por ver en
persona qué llevaba a los comerciantes musulmanes hasta aquellas regiones.
Regresó a La Meca para vivir tres años seguidos como
profesor de Teología, período en el que se granjeó fama de austero y devoto
musulmán, hasta que el espíritu viajero volvió a apoderarse de Ibn Battuta.
Visitó Mogadiscio, Mombasa y Zanzíbar, hasta que llegó, en
1331, a Kilwa, una pequeña isla frente a la costa de Tanzania que durante los
siglos IX y XVI fue un importante puerto comercial. En ella se cambiaban el oro
y el hierro de Zimbawe, los esclavos y el marfil del África oriental por
tejidos, porcelanas, joyas y especias venidas de Asia. Battuta quedó extasiado
por la “belleza de la gran ciudad, con edificios construidos en piedra de
coral”.
Satisfecha su curiosidad, aprovechó la temporada del monzón
para dirigirse al golfo Pérsico en barco y alcanzar, de nuevo, el sur de
Arabia, donde visitó la región de Omán y Ormuz. donde quedó fascinado por la pesca de
perlas que se practicaba en esta ciudad, en su relato afirma que los jóvenes buscadores permanecían bajo el agua una
hora. Desde allí cruzó el desierto para
efectuar su tercera visita a La Meca, donde pasó otro año en ella.
Otra vez en marcha, dejó atrás la costa siria, atravesó Turquía y el
mar Negro y tomó tierra en Crimea, para ir a adentrarse en los territorios de
la Horda de Oro,las tierras del kanato mongol. El Khan, según el relato de
Battuta, lo recibió con gran lujo y le hizo el honor de compartir varias de sus
esposas oficiales. El marroquí se unió incluso a su caravana en un trayecto
hasta Astracán, en el río Volga, y se prestó, un poco más tarde, a acompañar a
una de las esposas del Khan, que quería dar a luz en su ciudad natal,
Constantinopla. Sería la primera vez que Battuta abandonase los límites del
mundo islámico.
La joya de la corona
El viajero visitó la Constantinopla cristiana un siglo antes
de su caída ante los otomanos. Y a pesar de que fue recibido por el propio
emperador Andrónico III con todas las atenciones, contaba con un guía que
apenas hablaba árabe, por lo que no alcanzó a comprender las costumbres de
aquellas gentes. Desde la capital
bizantina regresa a la Horda de Oro por tierras rusas, apenas habitadas por gentes que comerciaban con
poco más que pieles de animales. Después de Constantinopla, viajó a través de
Khiva y visitó ciudades notables como Bujara, Balkh, Herat, Tus y Mashhad,
avanzando gradualmente más y más al este, cerca de las fronteras actuales con Turkmenistán y
Afganistán.
Em tanto llegó a sus oídos que el Sultanato de India buscaba magistrados, emprendió rumbo atravesando las llanuras
asiáticas. Después de llegar a Afganistán, atravesó Ghani y Kabul y finalmente
llegó a la frontera norte de India. Cuando
llegó el momento de cruzar la cordillera Hindu Kush,en la sección occidental de la región del Himalaya, Battuta optó por la ruta
que atraviesa el paso Khawak a 4000 mts
sobre el nivel del mar.
Y, por fin, el subcontinente.
Ibn Battuta dedica un tercio de su libro de viajes a explicar los siete años que vivió en la India, la joya de la corona de su relato. Suu lujo, magnificencia y grandiosidad le subyugaron.
En el año
1333 alcanzó el fértil valle del Indo, dirigiéndose a Delhi, ciudad en la que
permaneció nueve largos años al servicio del sultán Muhammad Ibn Tughluq. El sultanato de Delhi era una adición
relativamente reciente a Dar al-Islam, la tierra del islam, y el sultán se
había propuesto atraer a tantos estudiosos musulmanes como fuera posible para
consolidar su poder. Ibn Battuta contaba
con una buena reputación, por lo que no le resultó difícil obtener un trabajo
como cadí. Ya entonces Delhi era una ciudad superpoblada, en su mayoría por
hindúes, y los musulmanes, que eran una minoría, constituían la élite
gobernante. Allí el gran viajero ejerció de juez, lideró misiones diplomáticas, prosperó y
alcanzó los más altos honores bajo el auspicio del sultán.
En sus crónicas, sin embargo, Battuta también describe sin rodeos la crueldad, la
política discriminada y el odio que la élite musulmana aplicaba a los hindúes; describe al sultán como un tirano sanguinario, y
el marroquí, sintiéndose en peligro, pensaba en abandonar la corte. La oportunidad se la sirvió en bandeja el propio sultán: viajar como embajador suyo a China, a lo que
Battuta aceptó encantado.
Deja India en dirección a las Maldivas, donde se queda durante un año y medio y se casa con varias
mujeres isleñas de elevado rango social. Valiéndose de sus dotes como cadí,
incluso intentó hacerse con el poder, aunque no le salió bien la jugada. Logró
entonces dirigirse a Ceilán, la actual Sri Lanka, donde escaló la célebre
montaña que, según una leyenda, contiene la huella de Adán. Una tormenta destrozó
las embarcaciones de la pequeña expedición de Battuta cuando pretendía
continuar viaje. Y otro imprevisto más lo dificultó: un grupo de piratas
hindúes atacó al grupo y los desvalijó por completo. Por poco pierde la vida.
La misión estaba siendo un completo fracaso, y Battuta temía la ira del sultán
si regresaba a Delhi, por lo que decidió seguir avanzando como fuese. En
Sumatra, el príncipe de Samudra le proporcionó lo necesario para continuar y
consiguió alcanzar China. Desembarcó en Quanzhou, en la provincia de Fujian,
efectuando numerosos recorridos por aquel inmenso país hasta alcanzar la
capital Pekín, donde apenas estuvo un mes, para seguir sus exploraciones. Según
los expertos sobre el autor y su obra, este pasaje de la Rihla es el menos verídico
y el que más sospechas levanta por la gran cantidad de imprecisiones y errores
que contiene, por lo que es probable que en realidad no haya alcanzado a ver
Pekín ni la famosa Muralla China.
Como consecuencia de las graves agitaciones políticas que
sacudieron a China en el año 1347, Ibn Battuta inició el regreso a Occidente, a
través de Sumatra y Malabar hasta Egipto, desde donde se dirige a La Meca para
realizar otra peregrinación.
Una vez alcanzada Alejandría, sin ningún contratiempo, embarcó rumbo a
Túnez a bordo de una navío catalán que lo trasladó a Cerdeña (por aquellas
fechas perteneciente a la Corona de Aragón), hasta que, finalmente cruza el
occidente de Argelia y entra en el reino de Marruecos, dirigiéndose a la
capital del reino meriní, la floreciente Fez, donde fue recibido como un héroe
nacional por el mismísimo sultán, en noviembre del año 1349.
Gracias a su excelente memoria y a sus buenas dotes de
observación, en todos los lugares recogió anécdotas, milagros, impresiones del
paisaje y toda clase de noticias sobre formas de vida. Comía y dormía donde
podía, unas veces en suntuosos palacios, gracias a la hospitalidad de sultanes
y cadíes asombrados por sus aventuras, y otras en humildes albergues y zagüías
(ermitas) donde se cultivaba la hermandad entre musulmanes.
Entre sus anécdotas Ibn Battuta manifiesta su asombro de las
costumbres de los jinetes tártaros, los mejores del mundo, que bebían la sangre
de sus propios caballos mientras galopaban. En la India asistió horrorizado a
la cremación del cadáver de un hombre cuya viuda se arrojó a la misma pira para
que su familia alcanzara fama y honra mediante esa muestra de lealtad.
Entre otros sucesos Ibn Battuta pudo escapar de la Peste Negra en Siria en 1348
purgándose de la fiebre con una infusión de hojas de tamarindo, estuvo a punto
de morir por una intoxicación en Mali, conoció de cerca las barbaridades
destructivas de los mongoles y padeció los rigores del invierno ruso cuando recorrió las tierras de
la Horda de Oro (Rusia, Ucrania, Uzbekistán y Kazajistá) tras la muerte de
Gengis Kan en 1227: "El maldito Tankiz [Gengis Kan] el tártaro, abuelo de
los reyes de Iraq, la asoló –dice refiriéndose a la ciudad de Bujará–. Ahora
casi la totalidad de sus mezquitas, madrazas y zocos están en ruinas".
En el año 1352, Ibn Battuta partió desde Sijilmassa, lo que
hoy sería Rissani, en Marruecos, ciudad
que se encontraba en su edad de oro, apodada la "puerta del
desierto", a la cabeza de una caravana de mercaderes, con la que logró
atravesar el desierto del Sáhara de norte a sur en tan sólo dos meses, período
en el que pudo estudiar con profundidad los mecanismos principales que regían
el lucrativo tráfico comercial de la región: el intercambio de la sal de
Taghasa y el oro del Sudán. El contacto con el mundo musulmán negro en la corte
del sultán de Malí, Mansa Suleyman, dueño del poderoso y temido Imperio de
Malí, decepcionó por completo a Ibn Battuta, acostumbrado al esplendor de
Oriente. La simpleza de esta gente a la hora de interpretar el Islam y los
casos de antropofagia que Ibn Battuta pudo comprobar con sus propios ojos,
acabaron por obligarle a reanudar su regreso al año.
El mundo musulmán (o Dar al-Islam) alrededor de 1300.
Al volver a Marruecos en 1355, Ibn Battuta recibió del
sultán meriní de Fez, Abu Inan, el encargo de recopilar por escrito todas las
experiencias de sus viajes. La obra resultante pasó a la historia con el nombre
de Rihla, "El viaje". El texto fue dictado por Ibn Battuta a un poeta
granadino que había conocido tiempo atrás, Ibn Yuzayy, quien incorporó a la
obra citas literarias de su cosecha, poesías y seguramente elementos imaginarios.
El propio Battuta, que había perdido en Bujará (Uzbekistán)
el cuaderno de viaje que llevó hasta entonces, tuvo que hacer un esfuerzo para
recordar episodios que podían remontarse hasta treinta años atrás.
La obra, traducida en occidente con el nombre de “A través
del Islam”, constituye una valiosísima fuente de información de primera mano
sobre la historia y la geografía del mundo musulmán durante la Edad Media,
además de ser una de las pocas referencias fiables, para la época, de unos
territorios desconocidos por casi todo el mundo habitado.
Con la finalidad última de proporcionar al sultán
informaciones difíciles de adquirir en la época, Ibn Battuta recogió datos
históricos, geográficos, folclóricos y etnográficos al mismo tiempo que narró
las costumbres peregrinas o cotidianas, sucesos maravillosos y acontecimientos
legendarios de los lugares por donde pasaba.
Ruta de los viajes de Ibn Battuta.
Battuta se mantuvo en Fez como su base, pero no dejó de
viajar. Antes de morir en Fez en 1369, visitó lugares como la España musulmana
y las tierras del Níger al otro lado del desierto del Sahara.
Se dice que sus restos descansan en una discreta tumba escondida
en el corazón de la medina de Tánger, su ciudad natal, decidida a rescatarlo
del ostracismo tras décadas de olvido. Actualmente tanto el aeropuerto como el
centro comercial más importante de la ciudad llevan el nombre del viajero
musulmán más célebre de la Edad Media.
Lectura recomendada:
A través del Islam. Ibn Battuta. Trad. de Serafín Fanjul y
Federico Arbós. Alianza, Madrid, 2005.
Puedes conseguirlo aquí: https://libros-gratis.com/ebooks/a-traves-del-islam-ibn-battuta/
Viaje con un tangerino. Tras las huellas de Ibn Battuta. Tim
Mackintosh-Smith. Alianza, Madrid, 2005
Fuentes consultadas:
Dan Vineberg en : http://www.thenewtravelblog.com/the-greatest-traveller/
https://www.biografiasyvidas.com/biografia/i/ibn_battuta.htm
National Geographic España. 19/11/2016
Revista Historia y Vida número 497
UC Berkeley
| OFFICE OF RESOURCES FOR INTERNATIONAL AND AREA STUDIES https://orias.berkeley.edu/resources-teachers/travels-ibn-battuta